domingo, 2 de enero de 2011

(Casi) matando por una exclusiva: Luna Nueva, de Howard Hawks


Sobornar, tergiversar los hechos, instrumentalizar las emociones. Acosar, difamar, perder el respeto. Mentir, pasar por encima de la ley, perseguir. Presionar, acusar, descalificar. Todo ello por tan sólo un puñado de líneas en un pedazo de papel.

Y es que, antes de que Luna nueva nos hechice por completo, ya se nos advierte de que la acción transcurre en esos “años oscuros” del periodismo, una época en la que los informadores eran seres despiadados y sedientos de jugosas exclusivas, sin escrúpulo alguno para violar los principios morales más básicos. Tanto es así que en los momentos iniciales hallamos la perfecta expresión de sus convicciones, cuando uno de ellos se aventura a decir “Es muy poco ético leer esto”. La contestación no se hace esperar: “¿Desde cuándo te importa la ética?”

Inmersa en este fatídico panorama, seencuentra una soberbia Rosalind Rusell que, disfrazada de Hildy Johnson, trata de convencernos de que anhela una vida tranquila, zurciendo calcetines y amamantando bebés junto al pobre ingenuo de Bruce Baldwin (Ralph Bellamy). Nada más lejos de la realidad, pues Walter Burns, un Cary Grant más que perspicaz, sabe lo que a su ex-mujer le conviene: sacar provecho de su vocación. Será él el que la llevará a exclamar con resolución, casi al final del film, ese “¡No soy ama de casa, soy periodista!”; pero también será él el que, con sus múltiples tretas para alejarle de su prometido, despierte la ira de Hildy, una Hildy que, con sus notas más irónicas, iniciará una batalla de ingenio con el hombre al que, en el fondo, todavía ama. Este enfrentamiento lingüístico convierte al guión en una delicia cómica sin desperdicio, que se extiende a muchos de los personajes, alcanzando el humor negro. No hay más que oír ese “¿No puedes colgarle a las cinco en vez de a las siete? ¡Así llegamos a la edición local!" para percatarse de ello.

Al ritmo de estos dinámicos diálogos baila la trama, en la que las sorpresas se suceden una detrás de otra, y en la que resulta sencillo acompañar a los cazadores de noticias gracias a la rítmica agitación de la historia. Con la fuga de Earl Williams, unos rápidos planos nos trasladan a los rostros de cada uno de los periodistas que, excitados, transmiten la exclusiva auricular en mano. Aquí es cuando contemplamos la máxima expresión del talento de Hildy, que se adentra cual bala en el devenir de coches, y no duda un ápice en perseguir al sheriff, gritarle y lanzarse sobre él para sonsacarle unos cuantos datos: nada desdeñable para una mujer impecablemente vestida y de altos tacones. La iluminación, bastante homogénea a lo largo de toda la película, se difumina aquí y juega con las sombras para realzar la tensión, al igual que lo hará cuando Williams reaparezca en la sala de prensa, pistola en mano y dispuesto a amenazar a la protagonista.

Lo agitado de la acción, no precisa, curiosamente, de demasiados escenarios; tan sólo de una redacción y una sala de prensa como telones de fondo fundamentales, que a veces se desvían hacia un restaurante, la comisaría o la propia calle. Así, la escenificación y la aceleración de gran parte del diálogo nos remiten a The Front Page, la obra teatral de la que nace Luna nueva. La música también resulta innecesaria, puesto que la historia tiene su peculiar banda sonora: una sinfonía de rings de viejos teléfonos, apresurados pasos y traqueteos de teclas que marcan el ritmo de la trepidante trama.

Al hilo de los actos de los personajes podemos entrever un rasgo esencial de la caracterización: con sus matices, nos hallamos ante numerosos caracteres planos, englobados en grupos perfectamente delimitados: los periodistas sin escrúpulos del Morning Post, los políticos deshonestos (focalizados en el alcalde y el sheriff corruptos), la madre protectora, la víctima desdichada... Precisamente son estas dos últimas figuras la otra cara de la moneda respecto al oportunismo y morbo del periodismo de los años 40: la señora Baldwin, firme protectora de su honrado hijo, aparece en escena para defenderle de su sospechosa prometida y de sus secuaces ante los que se cuestiona: “¿Cuál de estos es el asesino? Todos parecen asesinos”; mientras que Mollie Malloy ejerce el papel de víctima, destrozada por los ataques de éstos. El cuarto poder, esa potente máquina capaz de mover a su antojo los engranajes políticos y sociales, también ejerce su poderío sobre la desdichada Mollie, que acaba lanzándose por la ventana ante la inmutable mirada de los periodistas, a los que sólo parece apenarles su muerte porque ya no podrán someterla a un tercer grado.

Sin embargo, detrás de esta trama de interés, falsedad y morbo, Howard Hawks suaviza el conjunto con la historia de amor entre Walter y Hildy,

un antídoto a toda la negatividad presentada en clave de humor. El descubrimiento de que los dos protagonistas aún se aman rompe el triángulo amoroso cuyo vértice es Bruce, y deja al espectador con un dulcísimo sabor de boca. Al fin y al cabo, Walter, el teatrero capaz de interpretar cualquier número para retener a su ex-mujer, acaba gozando de una ovación calurosa al término de la función. Hildy tendrá, por fin, su anhelada luna de miel.

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