domingo, 2 de enero de 2011

Orwell y Muse: la epopeya continúa



En 1948, tras los estragos causados por el conflicto bélico más imponente de la historia, el británico Eric Arthur Blair se sentó a la mesa y comenzó a trazar un manuscrito. Para ponerle título, tan sólo le dio una vuelta a la fecha: 1984. Y éste fue el modo en el que este iluminado, bajo el seudónimo de George Orwell, expandió uno de los grandes vaticinios literarios de la época contemporánea. Se trataba de un montón de páginas que no sólo se lanzaban al cuello de los políticos y de la sociedad del momento, sino que continuaban la estela de grandes maestros como Huxley en el arte de una nueva forma de ver el mundo: la literatura distópica.

Se trataba de una antítesis respecto a todo lo que se había dispuesto anteriormente: tras la época de las grandes revoluciones y las ilusiones de toda índole, sobrevenía otra oscura y desconfiada, en la que las guerras mundiales habían hecho abrir los ojos a la mayor parte de la humanidad y habían provocado el recelo de los intelectuales. La postmodernidad había llegado.

61 años después, todavía hay muchos que siguen creyendo, e incluso confiando, en las enseñanzas de estos exiliados de la utopía; también en el caso de la música.

The Resistance es el título del último álbum de la banda de rock alternativo Muse; un conjunto de temas que deberían considerarse, de manera casi explícita, una auténtica ópera moderna dedicada a la obra del autor inglés. No sólo porque las letras de los temas así lo evidencien, sino por su extraordinaria manera de conjugar efectos, intrumentación y matices para desplegar una atmósfera completamente acorde con las fantasías futuristas de Orwell.

United States of Eurasia es la prueba más clara de cómo Matt Bellamy, el polifacético -y multiatareado- vocal y compositor de la banda, creó ambientes musicales en torno a este clásico. Y es que no hay canción en todo el álbum que se dirija tan directamente hacia la historia: la voz magullada y los alardes militares invitan a cerrar los ojos e imaginar toda una masa de hombres enfurecidos e uniformados que defienden una causa que creen conocer. El colofón final lo otorgan los impactos de las bombas, precedidas por el sonido de los aviones planeando: un drama silencioso que retumba en los oídos de los ciudadanos anestesiados.

Pero lo más interesante de este tema es el modo en el que el grupo consigue transmitir la ambigüedad moral de los dominadores con tan sólo hacerse con unos pocos instrumentos: la fanfarria al más puro estilo arábico se alterna con violines y unas suaves notas de piano que bien podrían pertenecer a una pieza de Chopin. Así es el universo de 1984: al fin y al cabo, ¿qué más da que estemos en guerra con Eurasia o con Asia Oriental?

Toda una melodía abanderada por una oración: "This war, it can´t be won". Una conclusión a la que el lector atento de 1984 llega inmediatamente cuando contempla al protagonista abocado a un conflicto absurdo que, con toda probabilidad, nunca tendrá fin porque así les conviene a los que lo han creado.

Pero ahí no acaba la cosa: otros temas, que pasan más inadvertidos en cuanto a temática, pueden resultar auténticas joyas que sincronizan a la perfección con la trama orwellesca.

Mientras que rítmicas canciones como Uprising podrían encajar con las escapadas de Winston, el protagonista, hacia el barrio de los proles, otras evocan imágenes de los momentos más íntimos de la novela: Undisclosed Desires se acerca al perfil no tan virginal de Julia y a sus encuentros con Smith, y Guiding Light vuelve a transportar al personaje principal a sus remordimientos por haber dejado morir tanto a su madre como a su pequeña hermana.

Pero sin duda una infravalorada opereta es la que nos ofrecen las tres partes de Exogenesis, que son capaces de ilustrar, con sus altibajos y momentos álgidos en la voz de Bellamy, el lapso de tiempo que transcurre entre la caza de Julia y Winston y la redención final de éste. Abriendo los oídos, podemos relacionar el drama de la primera parte -la obertura-, con los inicios de la pesadilla del protagonista en los sótanos del Ministerio del Amor.

Nuestro viaje continúa con la segunda entrega del tema, Cross-Pollination, una polinización en toda regla que nos traslada hacia un Winston desesperado que, tras ser sometido a una suerte de experimentación con la tortura aplicada por O´Brien - el héroe y enemigo al mismo tiempo-, empieza a convencerse de argumentos que nunca había defendido.

Redemption no podría ser mejor título para la tercera y última parte de la melodía. Los mullidos compases nos indican que el protagonista ya está derrotado; y nos parece avistarlo al fondo del bar, en una arrinconada mesa, tragando Ginebra de la Victoria mientras que los demás no apartan la vista de la telepantalla. Wiston ya ama al Gran Hermano.

No se puede evitar extrapolar esto al cine. Ya se han filmado algunas que otras adaptaciones cinematográficas de este clásico, pero quizá debería considerarse dar luz a una nueva. Si ahora disponemos de una banda sonora inigualable y de un contenido que, aun con el paso de los años, nunca pasa de moda, ¿qué nos falta?

Un guión. Un guión moderno, visualmente atractivo y adecuado a las reflexiones modernas. Una historia clásica convertida en contemporánea en la gran pantalla. ¿No suena apetecible?

Imágenes: Sodahead, Jorgeletralia e Hypersonica.


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