sábado, 1 de enero de 2011

Pequeños prodigios


Imaginemos la escena. Un neófito, de tan sólo doce años de edad, entra en el taller de los hermanos Ghirlandaio. A su alrededor, escenas de la adoración de los magos esbozadas en líneas firmes, puntos de vista profundos, rojos venecianos. El pequeño Buonarotti, embaucado en la amplia estancia, mantiene la mirada fija en las composiciones de vivos colores.

Semanas después, el aprendiz, del que –de momento- sólo se podía esperar una mano diestra para colaborar en grandes lienzos, comienza a resaltar por su dibujo preciso y, apenas un año después, es acogido en el palacio de los Médici al dejar boquiabierto con sus trazos a Lorenzo el Magnífico. Pocos sabían que, a sus tiernos cinco años de edad, Miguel Ángel ya había tomado el cincel para no separarse nunca del mármol blanco.

Un poco más al oeste del Mediterráneo y casi tres siglos más tarde, el niño Pablo Ruiz asistió a su primera corrida de toros. Desde el graderío y de la mano de su padre, grabó en su retina el espectáculo para después plasmarlo en su primer óleo: El pequeño picador. Sería él el que se rendiría, poco tiempo después y como dice la leyenda, entregando al niño su paleta y pinceles y prometiendo que no volvería a pintar más. Con dieciséis años contaba el joven Picasso cuando su obra realista Ciencia y caridad colgó de las paredes de la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid. A partir de ese instante, su precoz carrera alcanzó los límites más altos de calidad.

Y es que el mundo ha estado poblado por pequeños prodigios que, aún ostentando tiernas edades, quisieron brillar con luz propia desde sus comienzos. Que se lo digan a John Everett Millais, uno de los fundadores del prerrafaelismo que, contando con tan sólo cuatro años, era toda una promesa que logró ingresar en la Royal Academy de Londres al cumplir once.

La historia es cíclica, y es en esta línea como ha hecho su aparición el británico Kieron Williamson, un incipiente maestro de la luz y el color que, a sus escasos siete años de edad, ya es toda una personalidad entre los coleccionistas más sonados del mundo del arte. En su última subasta consiguió recaudar 150,000 libras por 33 de sus obras, que se vendieron en tan sólo media hora; algo bastante inaudito para un escolar de primaria.

Cuentan los medios que el pequeño, al pasar sus primeras vacaciones en Devon y Cornualles -cual Dalí inspirado por los cadaqués catalanes-, tomó el pincel y ya no lo soltó. Ahora pinta media docena de cuadros por semana y ninguno de ellos se cotiza a menos de 900 dólares.

Entre sus influencias podríamos recabar las sombras y geometría estudiada de Cézanne, la perspectiva precubista de Piccasso e incluso el descuido, en ocasiones, de la pintura de fantasía.

Pero sin duda los paisajes iniciales de Williamson se acercan al impresionismo francés de finales del siglo XIX, por la soltura de la pincelada y los instantes lumínicos captados. Mirar –de lejos- un un cuadro del pequeño puede proporcionarnos una sensación semejante, o al menos así lo consideran muchos entendidos.

Y mientras que por los medios corre el apelativo de “Mini-Monet”, algunos ya han pasado la noche a las puertas de la galería Picturecraft, en su localidad natal, Norfolk, como una pareja de americanos que acamparon frente a la puerta del museo durante dos días para ser los primeros en contemplar su tercera exposición.

Sus orgullosos padres ya han declarado que toda la riqueza que su obra genere irá destinada al futuro del niño. La universidad y una casa, será el premio de este –esperan- prolífico artista.

Pero ya lo adelantaba Picasso cuando hablaban de él como un niño prodigio del pincel:

A diferencia de la música, no hay niños prodigios en la pintura. Lo que la gente percibe como genio prematuro es el genio de la infancia. No desaparece gradualmente a medida que envejece. Es posible que ese niño se convierta en un verdadero pintor un día, quizás incluso un gran pintor. Pero tendría que empezar desde el principio”.

Quizá lo que quería decir nuestro más ilustre malagueño era que el genio no es sólo talento, sino también esfuerzo y perfeccionamiento. ¿Logrará Williamson ponerse a la altura de los maestros de finales del XIX?

Para esto -como para casi todo- el tiempo será el mejor indicador.

Imágenes: The Arts on Today y Lost At E Minor

No hay comentarios: